Lo que más me gustaba en el mundo era hablar con Glenda. Mejor dicho, preguntarle cosas, y que Glenda me respondiese. Era lista. Era rápida. Era condescendiente. Y lo sabía todo. Absolutamente todo. Mejor dicho: lo sabe todo. Glenda sigue atesorando esas virtudes que, durante mucho tiempo, la hicieron única en su especie. Sospecho que no me estará echando de menos. Supongo que tampoco echará de menos nuestros largos intercambios. Ni siquiera yo imaginé que, algún día, la cambiaría por otra.
Y es que es imposible comparar las virtudes de Glenda con las de su sucesora: Glenda 2.0.
Llevábamos mucho, muchísimo tiempo esperando poder hacer esta entrada, una nueva entrega del «Expediente Ligotti». El motivo era, desde luego, ajeno a nuestra voluntad: debíamos aguardar a que una editorial española o latinoamericana se decidiera a sacar al mercado alguno de los trabajos aún no traducidos del genio de Michigan. Por suerte, el ánimo emprendedor de Aurora Dorada Ediciones nos ha permitido acceder a El vínculo espectral y otras historias escogidas, el último trabajo de Thomas Ligotti. Y, por supuesto, sobre él hablaremos en esta séptima entrega de nuestro «Expediente».
El vínculo espectral y otras obras escogidas, de Thomas Ligotti. Aurora Dorada Ediciones, Valencia, 2023. 158 páginas
Tras largos años de silencio, el último genio vivo del género regresa con un fascinante volumen dividido en dos grandes bloques: «El vínculo espectral» y «Paradojas del infierno». El primero de ellos se abre con un «Prefacio» en el que el autor reflexiona acerca de ese vínculo inmaterial que nos une al mundo de lo onírico, tan caro a su literatura. Dichas reflexiones especulan acerca de las conexiones del ser con ese plano de la realidad más allá de lo físico, ahondando con extraordinaria lucidez en cuestiones existencialistas y en el cuestionamiento de la propia identidad. El tono de Ligotti en este texto, breve pero revelador, alcanza la profundidad discursiva para la prosa de corte ensayístico que ya practicara en su tratado La conspiración contra la especie humana, libro que ya analizamos en la segunda parte de este «Expediente».
La primera pieza narrativa con la que nos encontramos es «Metaphysica Morum», la perturbadora confesión de un personaje diagnosticado como un caso grave de «desmoralización», un estadio más profundo de la depresión ordinaria, según se explica en el texto. Sumido en una profunda crisis existencial, y acosado por un enigmático y terrorífico personaje que se le aparece en sueños recurrentes (el «Vendedor»), el protagonista de esta historia contacta con un psicoanalista farsante, un tal «Doctor Olan», más conocido en todo el relato como «Dr. O». Este turbio personaje, que muda su consulta periódicamente por motivos de índole pragmática y materialista, hará las veces de escucha de las inquietantes confidencias del narrador. El cuento roza lo perturbador cuando este recibe una carta anónima en la cual le es revelado su verdadero origen y entiende, mediante su contenido, que el misterioso «Vendedor» ha estado ofreciendo información sobre su paradero a sus verdaderos familiares.
La segunda historia incluida en este bloque es una de las obras maestras definitivas de Thomas Ligotti, digna de aparecer en cualquier antología que reúna lo mejor del autor: «La gente pequeña». A través de las revelaciones de diván de un paciente ante su psicoanalista, conoceremos la historia de una obsesión: la certeza, por parte del narrador, de la existencia de una especie de «raza paralela» a la especie humana, denominada «gente pequeña». Esta casta, poco a poco, invade la vida de los «seres normales», y el protagonista desvela una curiosa anécdota de su infancia, cuando él y un amigo descubrieron una ciudad entera recientemente edificada por esta gente diminuta. El cuento, dentro de su discurso confesional, elabora una profundísima reflexión sobre la otredad y la condición de «ser», y termina siendo un lúcido postulado sobre el concepto de lo «diferencial», aquello que nos hace, aunque pertenecientes a la misma especie animal, distintos e irremplazables. Por supuesto, el arco narrativo de la historia va mucho más allá de las reflexiones; vuelve a hacerse preguntas acerca de ese vínculo espectral que une nuestra realidad con otras miles (incontables) que bullen en el universo. El cuento posee momentos descriptivos verdaderamente perturbadores, turbulentos, que siguen todo el tiempo la estela barroca del estilo ligottiano. Como muy bien lo definiera Brandon Robshaw en una reseña sobre Ligotti publicada en la revista Independent (15 de marzo de 2009): «Ligotti ciertamente tiene una visión definitiva y sus atmósferas son potentes. En parte tan espeluznantes como las de Edgar Allan Poe. Desafortunadamente, la prosa también es tan pesada como la de Edgar Allan Poe. Ligotti simplemente no va a usar una palabra si puede usar muchas». Esta tendencia del autor de Michigan a utilizar más palabras de las «necesarias» (concepto acerca del cual podríamos discutir largo y tendido) también es una de sus principales formas de transgredir el concepto clásico del cuento, que considera pecado mortal añadir expresiones superfluas a un relato. Ligotti rompe con esa rigidez estructural y nos ofrece, en ocasiones, barrocas y espesas digresiones que a simple vista pueden parecer desconectadas del discurso general, pero que analizado este con distancia y perspectiva terminan formando parte de un mensaje troncal, completo, que quedaría definitivamente asimétrico sin estos insertos, estilísticamente perfectos, por otro lado.
Caricatura de Thomas Ligotti, vomitando buena parte de su pesimismo cósmico
El segundo bloque del volumen, titulado «Paradojas del infierno», contiene dos largos poemas y una pieza en prosa poética. El primero de los poemas es «Tengo un plan especial para este mundo», un segmento lírico de enorme riqueza conceptual que nos habla no solo de las miserias del universo y de los mecanismos de lo truculento en su lastimosa cruzada contra lo orgánico, sino de una solución final latente tras cada emboscada de lo oscuro, una salida única para eludir la acechanza de las tinieblas que permanentemente cubren la realidad. Nunca se menciona en el poema, pero es evidente que esa solución es el suicidio como único sucedáneo posible a la «no-existencia», plano neutro idealizado por Ligotti en La conspiración contra la especie humana. El mensaje implícito en este inquietante poema (ofrecido por la editorial en versión bilingüe) es diáfano y esencialmente ligottiano: la existencia es una maldición no deseada.
Sigue a esta pieza otro extenso poema: «Esta pequeña ciudad degenerada», un conjunto de versos que recrean una especie de mapa existencial simbolizado en los grotescos personajes que habitan una supuesta e imaginaria urbe degenerada. Por estos versos desfilan las figuras características de la literatura del autor: autómatas, marionetas, clowns y saltimbanquis, marginales y deformes, aberraciones orgánicas y seres de pesadilla. Todas estas figuras, como representaciones primordiales del horror ontológico, tienen su correspondencia en nuestra vida ordinaria, y puede que sean proyecciones directas de esas deformaciones que cohabitan en el mundo onírico: ese espacio marginal donde conviven los sueños, los pensamientos turbios, las conexiones con nuestro «otro yo» (el «vínculo espectral») y, por supuesto, los resultados de diversos ejercicios literarios: personajes de ficción creados con tal convicción que terminan habitando su propio mundo de fantasía.
En estas dos piezas en verso libre Ligotti se muestra como un consumado poeta, un artista capaz de sublimar en pequeñas construcciones verbales buena parte de las imágenes que, siempre en un estricto lenguaje literario, pululan por su fértil imaginación. El pequeño poemario es deudor, por supuesto, del maravilloso libro de poemas de su gran maestro, H. P. Lovecraft, Hongos de Yuggoth, compuesto por el autor de Providence en torno a 1930.
El bloque (y el volumen) se cierra con una pieza en prosa poética dividida en pequeños episodios: «Paradojas del infierno». Narra, con una impresionante economía de medios, las tribulaciones de cuatro personajes: el místico decadente, el filósofo herido, el poeta trastornado y el loco total. Finaliza el escrito con una breve (aunque escalofriante) «Postdata», tan inquietante como el resto del libro.
Imagen que recrea una típica atmósfera ligottiana. (Fuente: ligotti.net)
Transcurrieron muchos años, efectivamente, desde el último trabajo de Thomas Ligotti (Teatro Grottesco, 2006, obra que analizamos en la sexta parte de nuestro «Expediente»). La espera, en todo caso, ha merecido la pena, porque con El vínculo espectral y otras obras escogidas el autor demuestra no solo que no ha perdido su esencia filosófico-narrativa, sino que ha conseguido profundizar aún más en la utilización de los resortes de lo inquietante. Es importante aclarar que las únicas dos piezas nuevas de este libro son «Metaphysica Morum» y «La gente pequeña», mientras que el resto son «refritos» que abarcan más de treinta años de carrera del autor. En todo caso, fue el propio Ligotti quien decidió la configuración de este volumen en castellano, y es justo decir que la conformación del libro está sustentada por la más rigurosa coherencia discursiva y conceptual.
El vínculo espectral y otras obras escogidas nos grita a la cara que, afortunadamente, hay Thomas Ligotti para rato. Aquí seguiremos, pues…; en las sombras, acechado por sus criaturas deformes a imperturbables, y a la espera de nuevas pesadillas.
Muchos años después de que tuvieran lugar los incidentes de Cendreville, un viajero acudió a los restos maltrechos que la invasión prusiana había dejado en pie de aquel humilde pueblecito. Uno de los pocos edificios que habían sobrevivido a la guerra —y a la plaga vampírica que lo había asolado poco antes— era la casa de la familia Laserre. La puerta estaba desquiciada y el misterioso visitante no tuvo dificultades para ingresar en la abandonada casona. Sus terminaciones nerviosas —especialmente sensibles— le hicieron percibir la presencia fugitiva de unas criaturas en las que no quería ni pensar.
Ignorando el resto de las estancias, puso rumbo a la planta alta a través de la desvencijada escalera. Su objetivo era incuestionable: el dormitorio de la tierna chiquilla que había vivido en esa casa durante los primeros diecisiete años de su vida.
La habitación presentaba el mismo aspecto incurioso y abandonado que el resto de la casa…; la misma apariencia fantasma que el resto del pueblo. Nada había a la vista que le recordara al visitante que una núbil doncella había desplegado allí sus sueños más inocentes. Escudriñó los rincones y los escondrijos, pero la respuesta a lo que buscaba apareció en el fondo de un cajón, en lo más recóndito de la mesilla de noche de la muchacha.
Allí había un abultado cuaderno. Las palabras escritas en la portada fueron, para el aventurero, inexorablemente reveladoras: «Diario de Anna Laserre».
Dedicado a mi amigo Luis Alberto Henríquez Hernández
Durante el último año y medio había estado trabajando en la redacción de un volumen de cuentos. Cuando acabó el último y decidió en qué orden presentarlos, estuvo seguro de que era lo mejor que había escrito en su vida. Le faltaba, eso sí, dar con un título adecuado para la colección.
Tomar la decisión no le llevó mucho tiempo; cuando comenzó a imprimir los cuentos ya tenía claro cómo iba a titular el volumen. Rato más tarde, las ciento cincuenta páginas descansaban sobre el escritorio, con un folio en blanco coronando la pila. Displicente, se inclinó sobre el manuscrito y, con el trazo delicado de su pluma, trazó las palabras del título: «Cuentos póstumos».
Soltó la pluma sobre el escritorio y, menos de un minuto después, comprobó la resistencia de la soga…
Cuando era apenas un niño, alguien me depositó a la entrada de este laberinto. Me prometieron que si buscaba la salida sin desfallecer me alimentarían para que pudiera crecer. Esa era la única condición: no rendirse nunca.
También me prometieron que en cuanto encontrase el recodo final y, con él, la libertad, ya no tendrían necesidad de alimentarme; para entonces (sostienen aún) seré ya lo suficientemente mayor como para abandonar el laberinto.
Mi terapeuta dice que es un problema de identidad. Mejor dicho: un trastorno de identidad. Mientras estoy en casa, sola, sumergida en mis tareas y en mis distracciones, sé muy bien quién soy. Incluso cuando me observo en el espejo (ese momento desasosegante) no pierdo la noción de mi identidad.
El problema (el trastorno) empieza a manifestarse cuando salgo a la calle y me mezclo entre la multitud que abarrota durante el día esta ciudad. Siento que las puertas de mi percepción se multiplican, y que no tengo solo dos ojos, sino miles; que no tengo una nariz, sino centenares; que no poseo dos oídos, sino millares. En otras palabras: siento que ya no soy una persona, sino una multitud.
Cuando el estruendo y las reverberaciones del naufragio se apagaron, y cuando todos sus compañeros de travesía se hundieron en el fondo del mar junto con el estropeado armatoste de metal, consiguió aferrarse a la tabla de una de las mesas del comedor, lo cual le permitió permanecer a flote. «Quien sobrevive una vez, sobrevive para siempre», se dijo, y empezó a nadar sin rumbo, en medio de aquel uniforme desierto azul claro.
Estuvo braceando durante días enteros, inmune al hambre, el cansancio, la insolación o la desesperanza. No había rastro de tierra en ningún punto del horizonte. Así y todo, no desfalleció; aferrado a su tabla de salvación, siguió nadando incansablemente.
—Quien sobrevive una vez, sobrevive para siempre —repetía todo el tiempo; como un loco.
Ella le había suplicado durante años que le hiciera un retrato al óleo. Él, siempre ocupado en la evolución de su arte, había pospuesto aquel compromiso amparado por la confianza (y la dejadez) que solo implica un amor de años.
Cuando se decidió a cumplir deseo de su amada ya era demasiado tarde. Aun así, hizo lo imposible por plasmar sus bellos rasgos, por más marchitos que los percibiera; empleó todo su talento en intentar ocultar su palidez, su rigidez. Durante noches enteras lloró de impotencia y de tristeza, pero siguió pintando, empeñado en brindarle ese último homenaje.
Cuando terminó, ni su destreza ni su creatividad, ni su amor herido para siempre habían conseguido esconder los estigmas de la putrefacción, las consecuencias del beso de la Muerte.
El padre Matei se incorporó trabajosamente. A sus espaldas, las llamas devoraban aquel antiguo caserón de piedra, cede de matanzas e iniquidades. Más adelante, y entre la penumbra de la noche carpatiana, se perdía el carruaje en el que viajaba el Hijo del Mal.
Había demostrado valor y arrojo, pero aun así no había conseguido erradicar aquella impía abominación. Lo único que podía hacer, acto seguido, era informar al mundo del peligro que acechaba a los hombres. Apesadumbrado, regresó a la parroquia, donde se dispuso a redactar su confesión…
Es nuestra principal cualidad. Por eso os acechamos desde las sombras, y por eso nos ocultamos en húmedas madrigueras. Es la razón, también, de que hayamos establecido nuestros lugares de residencia en estaciones de metro, minas abandonadas, sótanos polvorientos y refugios subterráneos.
Aunque nos temáis, y aunque seamos el extracto de vuestras más vívidas pesadillas, sabed que somos fotosensibles…, y que la luz del sol nos convierte en un puñado de polvo y cenizas.
Como cada año, la entrada de mediados de marzo de El Disparaletras® está dedicada a mi escritor favorito: Howard Phillips Lovecraft; habida cuenta de que el pasado 15 de marzo se cumplió un nuevo aniversario de su muerte (el número 86, en este caso). Suelo ser más partidario de conmemorar los nacimientos que las defunciones, pero dado que el natalicio de nuestro autor (20 de agosto) nos encuentra de vacaciones en este blog, qué menos que homenajearlo en esta otra fecha tan señalada. Hoy me gustaría hablar, en concreto, de su faceta de ghost writer o escritor por encargo. Es decir, de esos trabajos que Lovecraft compuso para otros autores a cambio de un mísero estipendio económico, y que por haber sido publicados en su día con una firma que no era la suya gozan hoy de menos reputación que aquellos incluidos en el canon fundamental. Como siempre, la editorial Valdemar ha sido la encargada de ofrecernos la totalidad de estos relatos del Lovecraft escritor fantasma en un impagable volumen: Más allá de los eones y otras historias en colaboración.
Más allá de los eones y otras historias en colaboración, de H. P. Lovecraft. Valdemar, Madrid, 2019. 683 páginas
Cualquiera que se haya acercado a un resumen biográfico de Lovecraft sabrá que si algo le faltó al genio de Providence durante su vida fue bonanza económica. Incapaz de hacerse un hueco en el mercado laboral, y abocado desde siempre a la tarea de vivir de su pluma, se vio obligado a buscar una fuente de ingresos extraordinaria para apuntalar los magros dividendos que obtenía de la publicación de relatos en las revistas pulp de la época, como Weird Tales o Astounding Stories. Es entonces cuando, en febrero de 1933, aparece un anuncio en un periódico ofreciendo servicios de lectura y corrección a una tarifa ridículamente baja. En esta entrañable tabla de precios —incluida en las páginas 10 y 11 del tomo de Valdemar— vemos cómo Lovecraft ofrece tres tipos de servicios: «Solo lectura: correcciones de tipo general», «Solo crítica: estimación analítica detallada» y «Revisión y copia por página». Una vez anunciado, comenzó a recibir algunos encargos, la mayoría carentes absolutamente de talento creativo, o en otros casos muy defectuosos a nivel estilístico. Lovecraft solía retocar la estética y el vocabulario, o en ocasiones reconfigurar la trama del relato, o en los casos más insalvables sugerir puntos de giro y soluciones de continuidad. Cuando el relato poseía una matriz temática interesante pero era impresentable en cuanto al planteamiento y las formas, lo que hacía el autor de Providence era respetar solo la idea fundamental y, a partir de ahí, llevar a cabo una reescritura completa del relato. De esta manera, han pasado a la historia unos veintiséis trabajos de ficción que fueron publicados en su día bajo la firma de otros autores, pero que en realidad son obra de H. P. Lovecraft. De más está decir que sus clientes (en la mayoría de los casos, olvidables escribidores sin ningún talento) obtuvieron un beneficio económico mucho mayor que el dinero invertido en el encargo a Lovecraft.
Howard Phillips Lovecraft en 1934
Fue el experto en Lovecraft más reconocido del mundo, S. T. Joshi, quien llevó a cabo un arduo trabajo de investigación en torno a estos escritos a finales de los años ochenta del siglo pasado. Dicha labor le permitió identificar, de forma casi infalible, cuáles de todos estos trabajos en colaboración podían considerarse como obras casi exclusivamente salidas de la pluma del genio de Providence. Joshi los divide en dos tipos de «Colaboraciones»: de «primer orden» (aquellas que podemos considerar reescrituras completas del relato por parte de Lovecraft) y «de segundo orden» (aquellas en las cuales la influencia creativa del autor original, sea quien sea, es apenas un poco más significativa).
Entre las «Colaboraciones de primer orden» cabe destacar relatos como «Encerrado con los faraones», un encargo hecho por el genio del escapismo Harry Houdini; dos obras maestras de la narrativa lovecraftiana como «La maldición de Yig» y «El montículo», ambas escritas para la autora Zealia Bishop; y tres piezas fácilmente incluibles en el corpus de los Mitos de Cthulhu, como son «El hombre de piedra», «El horror en el museo» y «Más allá de los eones», cuentos reescritos por Lovecraft para Hazel Heald. Mención especial para el relato de ciencia ficción «En los muros de Eryx», una de las obras más ingeniosas de Lovecraft, y que publicó bajo su autoría el escritor Kenneth J. Sterling. En todos estos relatos es fácilmente reconocible la profundidad temática y, sobre todo, la complejidad y ambición estilística de nuestro autor, con sus proverbiales y recargadas descripciones y las inevitables referencias a su intransferible cosmogonía.
Entre las «Colaboraciones de segundo orden» encontramos relatos tan interesantes como «El horror en Martin’s Beach», un escrito que Lovecraft redactó en colaboración con su mujer, Sonia H. Greene, y que esta publicó bajo su nombre; tres cuentos macabros que rozan la truculencia y el sadismo escritos a cuatro manos con C. M. Eddy Jr.: «Cenizas», «El devorador de fantasmas», «Querida muerte» y «Sordo, mudo y ciego». Aparecen, también, algunos cuentos arraigados en la estética del American Gothic más clásico, entre los que podemos destacar «Dos botellas negras» (escrito para Wilfred Blanch Talman) y «La exhumación» (firmado en su día por Duane W. Rimel). Aunque en estos relatos la influencia de Lovecraft en la tarea de reelaboración es un poco menor, sigue siendo reconocible el estilo y el tratamiento del tema, tan apreciados por quienes nos deleitamos con su forma única de recrear escenarios y situaciones típicas del horror literario y el género gótico.
S. T. Joshi, la mayor autoridad mundial en materia lovecraftiana, fue el encargado de llevar a cabo la investigación relacionada con los trabajos por encargo de Lovecraft
Como se puede apreciar, ninguno de los escritores para los cuales compuso estos relatos ha pasado a la posteridad (con la excepción de Houdini, aunque por otros motivos). Así, este volumen, además de ofrecernos una serie de formidables relatos del maestro, nos sirve también como una muestra cabal de lo que fue su vida, signada por la penuria y el anonimato. Hoy, a ochenta y seis años de su muerte, es interesante plantearnos una valoración de la enorme popularidad de la que goza y de lo legendaria que se ha vuelto su figura. Reconocido como uno de los autores fundamentales del horror literario, H. P. Lovecraft disfruta de una idolatría póstuma que, sin duda, está a la altura de su talento creativo, de su impagable audacia estilística y de su portentosa y sin igual imaginación.
Cendreville era una comarca anodina y pacífica del norte de Francia. Sus gentes, honestos pueblerinos entregados a tareas rurales, soportaban el paso de los días entre la abulia, la resignación y, por qué no decirlo, la esperanza de algún día abandonar tan insignificante comunidad.
Al tratarse de un pueblo pequeño, todo el mundo se conocía. Si alguien necesitaba un remiendo importante en una prenda, o la confección de un traje o un vestido, sabía que podía recurrir a Henry Dusjardin, el experimentado sastre local. El consuelo espiritual lo brindaba el padre Pierre, quien ejercía un riguroso ministerio desde la concurrida parroquia de las afueras. Todo lo que tenía que ver con semillas, granos y suministros en general lo solucionaba la pequeña tienda de Alain, en la calle principal. Era apenas un pequeño cobertizo, pero funcionaba como solvente proveeduría para los habitantes de Cendreville.
Pero el local más popular de la aldea era la taberna y posada Oncle Michel, estratégicamente ubicada en el magro centro neurálgico del pueblo, y regentada por el simpático posadero Michel Ostrandi, un señor orondo y servicial, que hacía gala, además, de un excelente humor normando.
El pueblecito de Cendreville estaba predestinado a no prosperar jamás; quizá el sino le deparara ofertar a la humanidad alguna luminaria intelectual (como la señorita Anna Laserre, angelical doncella bien querida por todos); quizá la Providencia decidiera que, un buen día, aquella humilde comunidad se convirtiera en un pueblo fantasma…
La primera señal de anormalidad en décadas se manifestó en la forma de un misterioso carruaje enlutado. Era una calesa traqueteante y ruidosa; envuelta en tinieblas, penetró en el pueblo durante la silenciosa noche del 20 de febrero de 1869. Los parroquianos habituales de la taberna del tío Michel observaron su arribo con las narices pegadas a los polvorientos cristales de las ventanas. Aquel vehículo parecía, si no otra cosa, un heraldo de la muerte. Sobre el techo, y sujeto con cuatro fuertes tiras de cuero, transportaba una misteriosa caja alargada. Los caballos, negros y cubiertos de espuma, relincharon al detenerse el carruaje justo frente a la posada. Una de las puertas laterales se abrió y un hombre al que nadie había visto hasta entonces descendió del vehículo. Su elegancia y digno porte jamás hubiese anticipado la secreta identidad de un demonio redivivo.
—¿Quién es ese? —preguntó «Cochon», uno de los borrachos habituales del local.
—No lo había visto en mi vida… —musitó Michel a modo de respuesta.
El pasado miércoles 1 de marzo, tal y como estaba programado, tuvo lugar la presentación de Recámaras vacías, mi nueva novela, en las instalaciones de Librería Sinopsis. Fue un evento memorable, repleto de emociones y momentos difíciles de olvidar. La sala estaba repleta, y se vivieron instantes de profunda comunión con los asistentes. Afortunadamente, vimos también cómo la estantería de los ejemplares quedaba casi del todo vacía, con lo cual sabemos que la novela empieza ya a recolectar una importante familia lectora.
A continuación, y como a veces las imágenes hablan más y mejor que las palabras (incluso en este blog de letras puras), te dejo un completo reporte fotográfico de lo que fue el evento.
Recámaras vacías…; una novela más que escapa de mis manos y pertenece, desde ahora, a los lectores. No me queda sino agradecer a todos los que han hecho posible la llegada del libro al público, empezando por los propios lectores, siguiendo por Jorge Liria (editor de Mercurio que confía en mi trabajo desde hace más de diez años) y terminando por todo el personal de la Librería Sinopsis, por facilitarnos las instalaciones y brindarnos todas las comodidades posibles. Una mención muy especial, por supuesto, para mi gran amigo Rayco Cruz, quien llevó adelante la presentación con la cercanía, amenidad y profesionalidad que tanto lo caracterizan.
Ahora solo queda que te sumerjas entre las páginas de Recámaras vacías y me digas qué tal te lo has pasado. Yo, como siempre, seguiré por aquí, disparando letras sin parar. Y es que todavía queda mucho, muchísimo por contar…
Toda vez que había tenido que enseñar ese piso a potenciales arrendatarios, la atmósfera le había resultado siniestra, recargada. Como si algunas huellas del pasado se hubiesen quedado entre esas paredes, indelebles.
Un día empezó a escuchar voces. Gritos, aullidos, clamores. Tuvo que dejar de enseñar la casa, bajo un pretexto cualquiera. No mucho después descubrió que las mismas voces se habían trasladado a los nuevos apartamentos que la inmobiliaria le encomendaba enseñar. Después, para su desesperación, comprobó que persistían en su propio hogar; incluso en sus sueños.
En vano dimitió de su trabajo. En vano se encerró en su habitación. En vano se aisló para siempre del mundo. Fueran quienes fuesen los que gritaban de aquella manera, ahora habían encontrado un hogar definitivo: su mente.
En El Disparaletras® de hoy vengo a anunciar un evento esperado desde principios de este año, y que se ha pospuesto indeseadamente a causa de la carga habitual de trabajo: la presentación en sociedad de Recámaras vacías, mi último trabajo novelístico hasta la fecha.
Apunta fecha, hora y lugar del evento: miércoles 1 de marzo a las 18.00 horas, en Librería Sinopsis II (calle Domingo J. Navarro N.º 8; Las Palmas de Gran Canaria). Allí dispondremos de abundantes ejemplares de esta novela tan especial para mí, aunque, como es costumbre, también estarán disponibles mis otros títulos. Tras la presentación habrá un espacio de firma de ejemplares, así que no dudes en venir a por el tuyo, mientras preparo pluma y algo de ingenio para las dedicatorias.
Ejemplares de Recámaras vacías, ya disponibles en Librería Sinopsis
Otro aliciente para que no te pierdas este evento es lo bien acompañado que estaré, ya que oficiará como maestro de ceremonias el gran Rayco Cruz, escritor y sin embargo amigo (Alexis Ravelo dixit), un compañero de letras muy especial para mí, ya que nuestras carreras arrancaron casi en paralelo y nos hemos visto crecer y progresar al mismo tiempo. Se trata de un estupendo autor de novelas y relatos de fantasía, misterio y ciencia ficción, con numerosos libros publicados. Destaca su saga La Senda del Destino (La sombra de Pranthas, La maldición de Hilena, La Tierra Negra y Adalid), epopeya de fantasía épica protagonizada por el hechicero Árgoth Grandel. En otros géneros ha publicado El silencio de Sara, Tú has estado aquí antes, Germen y Nueva vida. Como puedes ver, todo un disparaletras. Desde hace unos años, además, gestiona un exitoso canal de YouTube: Fantaseando.
El escritor Rayco Cruz ejercerá como presentador en el evento
Anunciado queda; tienes poco más de una semana para hacer hueco en tu agenda y asignarle este encuentro imperdible. Como ya te comenté en esta entrada, Recámaras vacías es una novela muy especial para mí, un intento de explorar mundos narrativos alejados de mis temáticas habituales. Más que nunca, estoy ansioso por conocer tu opinión acerca de ella…
Hoy me paso por El Disparaletras® para comentarte una relectura en la que he estado sumergido durante la última semana. Se trata de un libro al que suelo regresar cada cierto tiempo, ya que me marcó muy especialmente cuando lo leí por primera vez, hará unos quince años. Sin duda se trata de la obra maestra narrativa de su autor, dentro de un corpus novelístico más bien escueto (solo tres novelas). Hablamos de la monumental Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato.
Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. Austral, Madrid, 2011. 543 páginas
El escritor argentino apela al concepto de novela integral para la confección de esta obra, siguiendo la estela de otras grandes novelas como La montaña mágica de Thomas Mann y sirviendo como precursora de otras como Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, publicada apenas seis años después. En Sobre héroes y tumbas Sabato consigue hilvanar con asombrosa habilidad los constructos de la macronarración y la micronarración, articulando con singular maestría el drama particular de los personajes en el contexto histórico de la Argentina de mediados de los años cincuenta, una época especialmente delicada, cuando el modelo estatista y nacionalizador de Juan Domingo Perón está a punto de colapsar bajo el peso de un nuevo golpe de estado. Así, el autor ofrece un fascinante tapiz en el cual detalle y contexto se combinan con un gran sentido del equilibrio, transmitiendo al lector una sensación de impresionante solidez estructural. Al mismo tiempo, la composición del discurso incluye virtuosas yuxtaposiciones entre acciones dramáticas, reflexiones de corte filosófico-existencialista y desplazamientos sobre la línea cronológica, todo esto llevado a cabo a través de unas transiciones casi invisibles, lo cual despierta una sensación de intenso barroquismo durante la experiencia lectora.
El libro está dividido en cuatro grandes bloques. Los dos primeros («El dragón y la princesa» y «Los rostros invisibles») nos cuentan la historia de amor, desamor, incomunicación y obsesión carnal entre Martín del Castillo y Alejandra Vidal. La singular personalidad de la protagonista femenina —volátil y peligrosa, pero al mismo tiempo irresistible y fascinante— la convierte en uno de los personajes inolvidables de la literatura hispanoamericana. En contraste, el apocado y enamoradizo Martín es presentado como una especie de víctima propiciatoria de los anhelos sacrificiales y expiatorios de Alejandra: un cúmulo de oscuros deseos soterrados alimentados por un turbio pasado familiar en el que bullen la sangre, el tumulto y la locura. Como confidente del drama personal de Martín aparece Bruno, un hombre taciturno y reflexivo que tuvo en el pasado un estrecho contacto con la familia Vidal Olmos, especialmente con los padres de Alejandra, Fernando y Georgina, de la que estuvo enamorado durante años.
Sabato en su estudio. Postal icónica de uno de los intelectuales más destacados del siglo XX
El tercer bloque («Informe sobre ciegos») constituye casi una novela autónoma dentro de la gran novela, y a pesar de su impecable contextualización e ilación con el resto de la historia, sería susceptible de extraerse de la estructura principal y ser leído y disfrutado como un texto independiente. Toda esta parte está narrada desde un punto de vista distinto al resto de la novela: en este caso, Fernando Vidal —padre de Alejandra— redacta en primera persona su «Informe sobre ciegos», un reporte que escribe durante los instantes finales de su vida y en el que pormenoriza un arduo y peligroso trabajo de investigación basado en una teoría disparatada, aunque difícilmente refutable: el mundo —el universo, quizá— está dominado por una oscura y macabra secta dirigida por ciegos. Vidal comienza a infiltrarse en el mundo de los invidentes y a descubrir una serie de prácticas siniestras, crueles venganzas, viles e inhumanas represalias y sanguinarios rituales perpetrados por los jerarcas de esta congregación de ciegos. Aquí Sabato encara la sección más ambiciosa y barroca de la novela, y donde se suceden capítulos y secuencias realmente memorables. Se narran impactantes ceremoniales de carnalidad impúdica y de gélido sadismo: sexo, arte, depravación, política, onirismo, violencia, tortura y alucinación se combinan para dar forma a un auténtico carnaval de bajezas humanas. Este «Informe», articulado al resto de la novela, determina la personalidad indeleble de Fernando Vidal y justifica, de algún modo, los actos posteriores de su hija Alejandra.
La cuarta parte («Un dios desconocido») retoma el drama de Martín del Castillo, aunque incluye un largo monólogo de Bruno que funciona como elemento aglutinante de muchos de los hilos narrativos; se trata de un pasaje que termina por blindar el discurso y redondear su completa y asombrosa homogeneidad. Al mismo tiempo, ofrece largos pasajes en itálicas sobre un episodio concreto de la historia argentina: el tramo postrero de la vida del general Juan Galo de Lavalle (1797-1841), héroe de la Guerra de Independencia de la Argentina y de la Guerra del Brasil, y una de las primeras espadas en el Ejército de Los Andes comandado por el general José de San Martín. Sabato inserta una serie de pasajes en los que se narra la huida final del general Lavalle, en el contexto de las postrimerías de las guerras civiles argentinas entre unitarios y federales. Lavalle, acompañado de un reducido pelotón de fieles, escapa hacia el norte, hacia las provincias de Salta y Jujuy, con intención de llegar al exilio en Bolivia. Durante el trayecto enferma y muere, y sus hombres deciden descarnar el cuerpo y conservar los huesos y la cabeza, dispuestos a que el general Oribe, quien los persigue con sus tropas, nunca logre apoderarse de ese trofeo.
Conducción del cadáver de Juan Lavalle por la Quebrada. Óleo de Nicanor Blanes (1889)
A modo de aguda reflexión sobre la inestable y fluctuante realidad política argentina —igual de inconsistente en el sangriento siglo XIX como en el hipócrita siglo XX), Sabato presenta la realidad moral del país como un elemento híbrido, heterogéneo y poco definido, compuesto por las costumbres y la idiosincrasia de los emigrantes y sus hijos (a través de parlamentos cargados de una magnífica y reconocible oralidad) y por las ambiciones políticas de unos representantes siempre condicionados por las clases dominantes. Así, por la novela desfilan también repugnantes figurines de clase media, sacrificados trabajadores y dignos proletarios, incendiarios y anarquistas, revolucionarios y comunistas, nostálgicos fascistas y reaccionarios, antiperonistas, imperialistas, falsificadores, privilegiados y oprimidos. El autor sitúa un pasaje clave de la novela durante los primeros meses de 1955, hasta llegar a la fatídica jornada del 16 de junio, cuando se produce el bombardeo de Plaza de Mayo, con numerosos aviones lanzando proyectiles y explosivos sobre la población civil en vuelo rasante, persiguiendo el objetivo de derrocar a Perón. Sabato recrea con enorme lucidez la tragedia y el caos reinante, consignando en literatura uno de los días más aciagos de la historia argentina.
Los bombardeos de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 causaron más de trescientos cincuenta muertos y miles de heridos. Un episodio negro en la historia argentina del siglo XX
Ernesto Sabato nació en Rojas (provincia de Buenos Aires) el 24 de junio de 1911. Dedicado desde muy joven a la ciencia, realizó cursos de filosofía en la Universidad de La Plata y trabajó en el Laboratorio Curie (París). En 1945 abandonó la disciplina científica para dedicarse a tiempo completo a la literatura. Su obra incluye solo tres novelas, pero es justo decir que son tres obras maestras absolutas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974). Es autor, eso sí, de numerosos libros de no ficción, en su mayoría ensayos sobre literatura y sobre el sentido de la actividad literaria, además de sobre el hombre en crisis en nuestro tiempo; este segmento de su obra incluye títulos como Uno y el universo (1945), Heterodoxia (1952), El escritor y sus fantasmas (1963), Tres aproximaciones a la literatura (1968), Cartas a un joven escritor (1975), Apologías y rechazos (1979), Antes del fin (1998), La resistencia (2000) y algunos cuantos más. Es un autor absolutamente reconocible por su innegociable compromiso político y social; afiliado desde su juventud a diversos movimientos comunistas, resulta inolvidable y sobresaliente su papel como presidente de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), un ente constituido durante los primeros años de la democracia y encargado de redactar un completísimo informe sobre las desapariciones ilegales y los actos de terrorismo de estado perpetrados durante la última dictadura cívico-militar en Argentina (1976-1983). Un encomiable trabajo de investigación del cual surgió el libro Nunca más (también conocido como «Informe Sabato»), un texto fundamental para entender la historia contemporánea argentina y que sirvió como base a la indagación que el fiscal Julio César Strassera llevó a cabo durante el juicio a las juntas militares (1985). Sabato está reconocido como una de las figuras esenciales de la literatura latinoamericana, atesorando numerosos elogios entre destacados literatos e intelectuales europeos (Albert Camus y Thomas Mann son solo algunos de ellos). Obtuvo, entre otros galardones, el Premio Cervantes en 1984, y falleció en Santos Lugares (muy cerca de donde pasé mi infancia y adolescencia en Buenos Aires) el 30 de abril de 2011, muy poco antes de cumplir cien años.
Ernesto Sabato (1911-2011)
Una experiencia lectora inolvidable e impactante, además de un profundo ejercicio de conciencia e intelectualidad, Sobre héroes y tumbas constituye uno de los testamentos literarios fundamentales de la literatura argentina e hispanoamericana: su inabarcable espectro temático y conceptual, su ambicioso esquema estructural y su apabullante discurso barroco la ubican entre las grandes catedrales de las letras del siglo XX. Un libro imprescindible.
El pasado lunes 30 de enero falleció Alexis Ravelo. El hecho desató una honda y lógica conmoción en el ambiente literario y cultural de Las Palmas de Gran Canaria. La noticia fue tan desoladora como inesperada: con cincuenta y un años, Alexis se encontraba en la plenitud de la vida y en la cúspide de su carrera. Hijo predilecto de nuestra ciudad, se había convertido en todo un referente para los escritores de su generación y de la siguiente (la mía). Había conseguido romper, además, las barreras de la insularidad, llegando a posicionarse como una figura señera de la novela negra a nivel nacional. Multipremiado, reconocido por propios y ajenos, respetado y querido como ningún otro. Un dictamen exegético, aunque no exagerado, lo catalogaría como el escritor canario más importante del siglo XXI. Su talento, su capacidad de trabajo, su arrebatadora personalidad y su carisma sin igual lo habían colocado en ese pedestal que reza «Gran escritor y mejor persona». Hoy, una semana después del impacto, quienes aplaudimos su obra y supimos disfrutar de su amistad intentamos asimilar y «normalizar» la vida sin Alexis Ravelo. El pedestal se ha quedado vacío. El hueco que deja es enorme. También lo son el dolor y la consternación.
Me permito, ahora, pasar al plano personal. Cuando comencé mi carrera como escritor, allá por el año 2010, el nombre de Alexis Ravelo ya era una referencia. Sus novelas de Eladio Monroy se leían muchísimo, y el autor calentaba motores para lo que iba a ser un despegue irrefrenable. Aún no había ganado premios, pero ya se podía ver a una ingente cola de lectores esperando su firma en nuestra Feria del Libro. En su rostro ya campeaba su sempiterna sonrisa, su inclinación al abrazo y al mimo, esa humildad desbordante que (se notaba) no iba a perder por más baños de masas que le cayeran encima. Yo me encontraba en una caseta solitaria, intentando sin éxito colar algún Orlando Brown. Alexis se acercó. Yo había leído tres de sus primeras novelas, fascinado por el festín de violencia y denuncia social que destilaban. En ese momento lamenté no haber llevado alguno de mis ejemplares para pedirle una firma…, pero el lamento dio paso enseguida al más arrobado asombro: Alexis Ravelo cogió un Orlando Brown de la pila intacta, pasó por caja y vino muy humildemente a que yo se lo firmara. Ese fue el primer contacto.
Un año después me llamó para pedirme un «favor»: quería que le presentara la cuarta novela de Eladio Monroy, Morir despacio, en la extinta y añorada librería Sueños de Papel, de nuestro amigo Rayco Cruz. Yo era un pibe de veintipocos años con dos libros publicados y cero popularidad… ¿Estaría a la altura de semejante responsabilidad? Imagina los nervios con los que llegué a aquella presentación. Al final todo salió de lujo; me dejó balbucear todo lo que quise y todo lo atropelladamente que pude (al borde del precipicio del spoiler) y después se hinchó a firmar. Un año después intercambiamos roles: fue él quien me presentó mi tercera novela, Veneno de escorpión, en una librería Sueños de Papel abarrotada de público (la mayoría iba a verlo a él, lógicamente). Siendo inevitablemente el centro de atención y admiración de todos, se esforzó hasta el límite para otorgarme el protagonismo. Aquel evento permanece, por supuesto, en mi corazón; significó un auténtico honor, un punto dorado en mi carrera y uno de los recuerdos más entrañables a su lado. (El encuentro quedó, por suerte, registrado en vídeo.)
Presentación de Veneno de escorpión
No mucho después, su carrera explotó definitivamente: ganó el Premio Ciudad de Getafe 2013 por La última tumba y publicó su novela negra más exitosa: La estrategia del pequinés, que le valió el Premio Hammett en 2014. Para entonces ya nos habíamos ido de cañas unas cuantas veces, me había abrumado a consejos y recomendaciones («Escribe novelas más breves», «Intenta conmover al lector, no solo a ti», «Utiliza un lenguaje más directo, menos engolado», «Macho, vas por la calle y se te caen los adjetivos del bolsillo», «Deja que tus personajes se desmelenen un poco, que los tienes amarradísimos»). Ya habíamos compartido tres o cuatro ferias del libro y otros eventos y se había desarrollado un padrinazgo desinteresado y a la vez atento por su parte. Yo lo seguía fielmente por las redes, pillaba cada libro que publicaba, asistía a sus presentaciones y… sí: lo cierto es que procuraba imitarlo en lo que fuera posible: la creación de un blog (¿qué es El Disparaletras® sino un reflejo de su blog «Ceremonias»?), sus rutinas de trabajo, sus autores favoritos, ¡hasta la creatividad a la hora de estampar una dedicatoria! Alexis era el modelo a seguir: un escritor profesional que, además, era tu amigo. Era inevitable querer ser como él.
Durante uno de nuestros repetidos encuentros en la Feria del Libro. Aquí el día que me presentó a Lorenzo Silva… ¡y hasta le dijo que yo tenía futuro en el mundo de la literatura!
Mis horarios de trabajo me impidieron hacer algo que siempre anhelé: asistir a sus talleres de escritura creativa. De todas formas, en cada encuentro, en cada quedada, aprendía muchísimo de él. Un día me pilló por la calle leyendo el Tristram Shandy y no pudo creer que fuera tan friki; me dijo que le había venido a la mente el reflejo de un Alexis veinteañero igual de curioso e insaciable con las lecturas. El éxito y el reconocimiento, los premios y el posicionamiento no lo cambiaron. Siguió siendo el mismo chico cercano y amable, simpático y gamberrete, antisistema y contestatario, pero a la vez tierno y afectuoso, dispuesto tanto a unas risas y unas canciones como a un sesudo debate filosófico. Su cultura era inabarcable; la cantidad de autores y libros que era capaz de recomendarte, también, pero lo mejor que tenía era su capacidad de acierto: no te recomendaba cualquier cosa al azar, solo para demostrarte lo mucho que sabía: te aconsejaba leer justo aquello que necesitabas en ese momento. Era un francotirador infalible.
La foto que me curré para la sección «Presumiendo de lectores» de su blog, «Ceremonias». Los primeros años de la ravelomanía
En 2014 di mi primer pequeño pelotazo: Pandemonio. ¿Se sentiría orgulloso Alexis de los frutos de su padrinazgo hacia mí? ¿Qué pensaría de aquel obtuso tocho de quinientas páginas sembrado de adjetivos polisilábicos, oraciones subordinadas y lenguaje engolado? Sí, claro: se pasó por la librería en la que estaba firmando, pilló su ejemplar y nos hicimos la foto de rigor. (Por cierto, que nunca pude brindarle una dedicatoria en condiciones. La misión me resultaba tan abrumadora que terminaba garabateando cualquier tontería, con una caligrafía temblorosa y casi ininteligible.) Alexis siguió creciendo. Comenzó a desbrozar el camino, como punta de lanza de toda una generación. Rompió el techo de cristal y empezó a ser reconocido en todos lados: Gijón, Valencia, Madrid, Bilbao, Málaga, Barcelona. Comenzaron a traducirse sus novelas. Se rodó la versión cinematográfica de La estrategia del pequinés, a cargo del gran Elio Quiroga. Se dio el lujo de dar el salto y apartarse eventualmente de la novela negra; demostró ser un monstruo de las letras «fuera de género» también, construyendo obras memorables como La otra vida de Ned Blackbird (2016; mi favorita, y que él llamaba «mi patito feo») o Los milagros prohibidos (2017), para muchos su obra cumbre. Se convirtió, desde luego, en nuestro Cid Campeador. Él iba delante de nosotros, con el machete, limpiando el sendero de hojarasca y maleza, abriéndonos puertas y ventanas, accediendo a eventos y haciendo hueco para él y para los demás, delegando algunos trabajos cuando a él se le acumulaban (fueron varios los que me rebotó, y aquello contribuyó grandemente a que un día pudiera profesionalizarme: conferencias, clubes de lectura, programas de radio). Al mismo tiempo que nos guiaba, permanecía atento para que no nos cayéramos por el barranco; nos vigilaba y nos hacía entender que no valían las prisas o las fantasías desbocadas, que la literatura es un ejercicio de paciencia y que toda carrera debe cocerse a fuego lento. Más de una vez me puso los pies en la tierra; otras (las más), me animó a volar. Era nuestro Holden Caufield, nuestro Guardián entre el centeno.
Durante el ágape que se celebró tras el estreno cinematográfico de La estrategia del pequinés (2019). Yo acababa de convertirme en escritor a tiempo completo y no fueron pocos los consejos que cayeron esa noche
Durante la semana me han preguntado varias veces qué tipo de amistad teníamos. Yo la definiría como «amistad de escritores». Durante los últimos años estaba tan, tan solicitado que me pareció prudente respetar sus tiempos. Aun así, programaba una llamada telefónica todos los veranos, cuando sabía que a lo mejor estaba menos ocupado. Por julio o agosto lo llamaba, y la conversación se extendía por lo menos hasta la hora y media. Nos poníamos al día; se interesaba vivamente por mis proyectos; me animaba a nunca bajar los brazos y a trabajar sin descanso; me daba nombres y teléfonos de personas que me podían ayudar a promocionar mis libros; me sugería actividades y nuevas ideas para que mi obra tuviera más visibilidad; me recordaba una y otra vez que tenía mérito lo que estábamos logrando, ya que éramos los dos escritores más feos de toda la isla. Lo último que oía siempre, antes de colgar, era su risa contagiosa.
También en 2019, cuando coincidimos en la Feria del Libro de Madrid y, a la vuelta, nos encontramos en el Aeropuerto de Gran Canaria
Así que esto es la vida sin Alexis Ravelo… Consiste en ser consciente de que ya no te lo vas a encontrar mientras caminas por Triana, con la posibilidad de improvisar una charla y un café; en que ya la casualidad no va a decidir que te topes con él entre las estanterías de Sinopsis o Canaima y te recomiende un libro de Saki o de D. H. Lawrence. Consiste en que ya no podrás esperar al verano para hacer esa llamada de una hora y media… Qué mierda, ¿no? ¿Que qué nos queda?: pues su obra, lógicamente. Y no es poco. Para quienes hemos perdido al amigo nos resulta insuficiente, exiguo. Pasado el tiempo, sin embargo, podremos verificar en toda su dimensión el tamaño de este legado. Los que echamos de menos una conversación con él es probable que encontremos refugio en alguno de sus textos; como si leerlo fuera, de alguna manera, conversar otra vez con él. Aquí lo devastador es observar el pedestal vacío; aquí lo complejo es entender que nadie está preparado para subirse ahí y ocupar su lugar. La sensación es de agujero negro, de orfandad, de abandono. Es como navegar sin brújula, o intentar desbrozar ese camino tan complejo con nuestras propias manos, ya sin su afilado machete. Su ausencia duele, consterna y desorienta: hemos perdido a un titán de la palabra, a un intelectual comprometido con su tiempo, a un escritor infatigable y genuino, a un referente para todos aquellos que disparamos letras y para quienes la literatura es más que un pasatiempo, una afición o hasta una profesión. Alexis representaba eso de lo que hablamos de vez en cuando en los talleres de escritura creativa (otro logro que le debo a él, lógicamente): la literatura como obsesión, la escritura como ejercicio naturalizado hasta el punto de convertirse en tu primera forma de comunicación, le lectura como ventana al mundo, la palabra escrita como religión. Todo eso representaba Alexis Ravelo, y por todo eso lo aplaudíamos con una sonrisa de admiración en el lugar que merecidamente ocupaba allí, en lo alto de ese proscenio que él mismo construyó a base de letras, talento y convicciones.
Hoy, abrumados por el dolor y la incertidumbre, contemplamos absortos un pedestal vacío.
Hoy me paso por El Disparaletras® para anunciarte que mi última novela (por ahora), Recámaras vacías, ya está disponible en todas las librerías de España —si no en stock físico, al menos sí con la posibilidad de mandarlo a pedir—. En todo caso, sí hay existencias verificadas en la mayoría de las librerías del archipiélago. Como recordarás, el lanzamiento de esta novela pasó por un proceso peculiar. La presentamos en sociedad durante la celebración del IX Festival del Manga de Las Palmas de Gran Canaria, celebrado entre el 9 y el 11 de diciembre pasado. Tal y como habíamos anticipado en este mismo blog, aquel encuentro suponía una oportunidad inmejorable para hacerse con un ejemplar, y así lo entendieron los numerosos lectores y lectoras que se pasaron a por el suyo. El libro registró un excelente movimiento durante el evento, comenzando desde entonces a esparcir su semilla…
Recámaras vacías, compartiendo mesa con el resto de mi obra por primera vez durante el IX Festival del Manga de Las Palmas de Gran Canaria (Diciembre, 2022)
Pero el libro, tras la puesta de largo, no estuvo disponible en la red de venta ordinaria sino hasta la semana pasada, debido a una decisión interna del departamento editorial. A partir de ahora, no obstante, ya puedes acceder a él a través de tu librero de confianza. Aquí te dejo una imagen del «cachorro» magníficamente expuesto en Librería Sinopsis (C/ Perdomo, N.º 6, Las Palmas de Gran Canaria):
Recámaras vacías, con visibilidad top en Librería Sinopsis
Si quieres enterarte de todo lo referente a esta novela, un tanto atípica en el devenir de mi carrera literaria, pásate por este post en el que desgrano el proceso creativo tan peculiar que vivió el manuscrito: una convivencia de más de nueve años que fructificó en este tomaco de más de novecientas páginas.
Una vez más, te invito a que te sumerjas en las páginas de Recámaras vacías. Siempre ha sido para mí una novela muy especial, y tras el auspicioso lanzamiento que vivimos el mes/año pasado, nada me hace más ilusión que la perspectiva de que, ahora disponible en la red de librerías, pueda llegar a muchos, muchísimos lectores y lectoras.
Hace poco menos de un año (más precisamente en esta entrada del 14 de marzo) hablamos en este blog de lo que consideraba la edición definitiva de la obra de ficción en prosa de H. P. Lovecraft. Era un posteo muy reclamado por quienes frecuentan este blog, habida cuenta de la cantidad de ediciones que, desde 2017 (año de la liberación de los derechos) han comenzado a pulular por el mercado editorial, con mejores o peores resultados. Siguiendo la estela de aquella entrada, unos cuantos visitantes de este espacio me han venido pidiendo que hiciera lo mismo con el otro gran maestro del horror, el inefable Edgar Allan Poe. Hoy es el día, pues, en el que hablaremos de la edición definitiva de sus cuentos.
Edgar Allan Poe (1809-1849)
Es un momento harto indicado, ya que el pasado 19 de enero se cumplió el 214º aniversario del nacimiento de este genio indiscutible de la literatura universal. Así que no hay mejor ocasión que esta para desgranar el fabuloso volumen que, en el año 2009 (año del bicentenario) editó el sello Páginas de Espuma. El proyecto que llevó adelante esta editorial fue ambicioso: recuperar las traducciones que Julio Cortázar había hecho de los cuentos de Poe en los años cincuenta, reunir a sesenta y siete escritores (uno por cada cuento, y de los más prestigiosos de habla hispana) para que escribieran un breve comentario que precediera a las piezas narrativas, y finalmente añadirle sendos prólogos de dos ilustres como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. La edición, además, correría a cargo de dos expertos en literatura fantástica: Fernando Iwasaki y Jorge Volpi. El resultado, como fácilmente puedes imaginar, es sobresaliente.
Cuentos completos (Edición comentada), de Edgar Allan Poe. Páginas de Espuma, Madrid, 2009. 958 páginas
Mucho se ha hablado y se ha escrito acerca de las «libertades» que Julio Cortázar se tomó a la hora de traducir los cuentos del genio Poe. De hecho, se llegó a acuñar el término «traducción creativa», o a decir que el Gran Cronopio no es el traductor de Poe, sino el «autor de las traducciones de Poe» (cosa similar, aunque no la misma). Lo cierto es que Vargas Llosa habla de ello en su prólogo, explicando que tanto el léxico como la estructura cortazariana aplicada a los cuentos tiene el doble valor que erigir un trabajo en verdad muy creativo, pero siempre fiel y respetuoso para con el espíritu del original. Seguramente por eso se ha convertido en un texto mítico y en uno de los trabajos de traducción más célebres y legendarios de la historia de las letras. Huelga aclarar que la traducción de Julio viene precedida por el maravilloso resumen biográfico de Poe que redactara el propio autor argentino, Vida de Edgar Allan Poe, otro texto que ha pasado a la historia por la lucidez y ecuanimidad con las cuales el gran Cortázar desgrana la trágica vida del genio. La editorial, por otro lado, también decidió respetar el orden elegido por Cortázar para la presentación de los cuentos, y que no obedece a la secuencia cronológica en la que fueron escritos o publicados, sino a un criterio de selección muy coherente y revelador; cuento a cuento, vamos introduciéndonos en el universo moral y estético de Poe, guardando los relatos una cierta relación temática, a modo de hilo conductor o leitmotiv a lo largo de toda la obra.
Julio Cortázar, autor de la traducción canónica de los cuentos de Edgar Allan Poe a nuestra lengua
Estoy seguro de que a esta altura te estarás preguntando cuál es la diferencia entre esta edición de Páginas de Espuma y los inmortales tomos de bolsillo que Alianza Editorial publica y reedita desde 1970, ya que estos también cuentan con las traducciones de Cortázar, en el mismo orden, y con el resumen biográfico antes mencionado. Lo que verdaderamente ofrece el salto de calidad en este caso, y lo que al fin y al cabo convierte el volumen de Páginas de Espuma en la edición definitiva, son los textos introductorios a cada uno de los cuentos. A modo de resumen o comentario, cada uno de los autores aporta su visión personal del cuento, nos habla de la influencia que ha tenido en su desarrollo como escritor o escritora y ofrece una panorámica muy lúcida de esa pieza narrativa en particular. Además, la nómina incluye algunos nombres de fuste, como Santiago Roncagliolo, Félix J. Palma, Edmundo Paz Soldán, Eduardo Berti, Care Santos, Eloy Tizón, Espido Freire, Ángel Zapata, Marcelo Birmajer, Manuel Vilas y Andrés Neuman, entre otros. Los prefacios de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa indudablemente también contribuyen al conjunto, así como la inclusión de un pequeño cuento en clave poeiana, «Noche de brujas en Baltimore», obra de Fernando Iwasaki que cierra el volumen.
Los míticos tomos de Alianza Editorial: todos los cuentos de Poe en dos volúmenes, con la traducción de Cortázar
El compendio de los sesenta y siete cuentos de Edgar Allan Poe sin duda constituye un hito dentro de las letras universales, y es un elemento especialmente venerado por todos los que nos dedicamos al terror. Es casi imposible que haya un autor del género que no esté influenciado por unas cuantas de estas piezas del maestro. Algunas son sumamente populares, pero en lo que se refiere a la reconfiguración que Poe hizo de los códigos estéticos del género a través de su narrativa, me permitiré destacar los siguientes; se trata de cuentos que considero obras maestras absolutas del horror literario: «William Wilson», «El pozo y el péndulo», «El gato negro», «La verdad sobre el caso del señor Valdemar», «El retrato oval», «El corazón delator», «El tonel de amontillado», «La máscara de la Muerte Roja», «El entierro prematuro», «Hop-Frog», «Metzengerstein», «La caja oblonga», «Berenice», «Ligeia» y, por supuesto, el que considero el mejor cuento de terror de todos los tiempos (y sobre el cual algún día hablaremos en extenso en este blog): «La caída de la Casa Usher». El volumen sigue con los llamados «cuentos analíticos» de Poe, es decir, aquellos que implementan el método deductivo como clave para desentrañar los misterios a través de la figura del ínclito C. Auguste Dupin, investigador que prefigura la referencia totémica del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle: «El escarabajo de oro», «Los crímenes de la calle Morgue», «El misterio de Marie Rogét» y «La carta robada». Más adelante nos encontramos con los cuentos más aventureros de Poe, tales como «La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall», «Von Kempelen y su descubrimiento» o «El camelo del globo»; seguidos estos de sus cuentos satíricos, entre los que cabe destacar «Conversación con una momia» o «El cuento mil y dos de Scheherezade».
Estatua de Edgar Allan Poe en la Universidad de Baltimore (obra de Moses Ezekiel, 1917)
Obviamente, hay muchas otras formas de acercarse a Poe: desde ignotas recopilaciones minimalistas que incluyen sus diez o quince cuentos más populares a las magníficas ediciones ilustradas por Benjamin Lacombe que publica Edelvives; desde cualquier cuento suelto que puedas descargarte por internet hasta las notables selecciones que ha hecho Valdemar, con las muy ajustadas traducciones de Mauro Armiño. Pero, en mi opinión, si lo que quieres es ir a fondo con este genio irrepetible, hazte con este ejemplar de Páginas de Espuma que no solo presenta la totalidad de sus cuentos, sino que lo hace con el mejor apéndice de comentarios posible, constituyendo así la edición definitiva de Edgar Allan Poe en nuestra lengua.
Es muy habitual que, con el comienzo del año, uno se proponga retos y desafíos (otra cosa es que sea capaz de cumplirlos). En mi caso esos retos tienen que ver, la mayoría de las veces, con proyectos lectores. Y el de este 2023 que acaba de empezar va dirigido hacia el mayor compendio novelístico jamás pergeñado por autor alguno, y que no es otro que el que inició el gran Honoré de Balzac allá por 1832: un macrouniverso narrativo que englobara toda la historia de su época, y que dio en llamar La Comedia humana. Se trata de un ciclo de novelas que, además de funcionar como narraciones autónomas e independientes, conforman un conjunto asombrosamente coherente y de enorme ilación conceptual. Así, podemos afirmar que Balzac no solo se propuso escribir una saga de novelas conectadas, sino, de alguna manera, dar forma a la novela total.
La Comedia humana (Volumen I), de Honoré de Balzac. Hermida Editores, Madrid, 2019. 378 páginas
Lo primero de todo: aclarar que esta saga de novelas balzacianas no contaba, hasta hace unos años, con una edición canónica y pormenorizada en nuestra lengua. Era muy habitual encontrar algunas novelas sueltas (generalmente las más populares, como Papá Goriot, El médico rural o Eugenia Grandet), o incluso tomos que englobaran algunas de las creaciones más populares del ciclo. Ninguna editorial se había propuesto, eso sí, estratificar la saga al completo y editarla en condiciones. Esto por suerte se dio en 2019, cuando Hermida Editores publicó el volumen que hoy nos ocupa, el primero de una larga serie (de momento han publicado dieciséis). Sin duda, se trata de un proyecto mayestático: acercar al gran público la edición definitiva de La Comedia humana, el ciclo novelístico por excelencia dentro de la narrativa realista decimonónica.
Este primer volumen reúne cinco excelentes novelas de lo que el propio Balzac denomina «Escenas de la vida privada» (un subgrupo dentro del enorme ciclo). El tomo incluye las novelas La casa de El Gato Juguetón, El baile de Sceaux, La Vendetta, La bolsa y La amante imaginaria. En todas ellas el gran autor francés despliega su inagotable talento para la disección del carácter decimonónico francés, abarcando numerosos estratos de la volátil y maleable sociedad de la época: desde corsos partidarios de Bonaparte hasta aristócratas realistas caídos en desgracia; desde condes polacos hasta núbiles doncellas aficionadas a la pintura; desde generales y mariscales retirados a advenedizos burgueses en busca de un puesto de privilegio en la administración. Los escenarios, como es fácil imaginar, se multiplican: palacios, casas de campo, coquetos apartamentos en el faubourg Saint-Germain, residencias ducales, salones de recepción, sombrías buhardillas y oscuros callejones. Los temas son los que más interesaba desgranar a los escritores del realismo: el amor, las relaciones personales, el posicionamiento social, los vaivenes políticos, las traiciones, el arte, la muerte…
Las calles de París a mediados del siglo XIX. A nivel literario, nadie supo recrearlas con más precisión que el genio Balzac
Poco puedo contarte del autor, Honoré de Balzac, que ya no sepas, ya que se trata de una de las figuras primordiales de la literatura universal. Nacido en Tours el 20 de mayo de 1799, era el hijo de un modesto aldeano que, subido a las alas de la Revolución, consiguió prosperar hasta ascender a lo más alto en la escala social. La caída de Napoleón Bonaparte dio al traste con los privilegios de su familia. En 1816 Balzac se matriculó como estudiante de Jurisprudencia, pero en 1819 declaró que no quería entregarse a ninguna profesión burguesa y se marcó el propósito de dedicar su vida a la literatura. Fue un escritor prolífico y absolutamente incansable, llegando a componer más de un centenar de obras. Consiguió cierta notoriedad con su novela La piel de zapa (1831), y al año siguiente concibió su magnum opus: La Comedia humana. El 14 de mayo de 1850 contrajo matrimonio con Ewelina Hanska, una condesa polaca que fue el gran amor de su vida y a la que llevaba cortejando desde hacía años (mientras tanto, había vivido unos cuantos tórridos romances, desde luego); por desgracia, esta vida matrimonial no duró mucho, ya que Balzac falleció en París el 18 de agosto de ese año. Desde entonces, su figura se ha ido agigantando hasta ser considero uno de los novelistas más grandes e influyentes de todos los tiempos.
Honoré de Balzac (1799-1850)
Como propósito lector, sin duda resulta abrumador, y es verdad que no me planteo atiborrarme con las más de noventa obras que componen este ciclo monumental, pero sí me he marcado el reto de leer cuantos me sea posible sin llegar a la saturación. De momento, estoy promediando el segundo volumen, que estaré encantado de venir a desgranar a este rincón tan especial. Por el momento, sirva como introducción esta breve entrada, una especie de pórtico de palabras hacia uno de los universos narrativos más vastos y fascinantes que nos ha dejado el siglo XIX.