«Mathilda», la novela postergada de Mary Shelley

Un proyecto apasionante relacionado con Frankenstein, o el moderno Prometeo (del cual espero poder hablarte dentro de muy poco tiempo en este blog) me ha llevado a una exploración minuciosa de la obra de su autora, Mary W. Shelley; al menos, de sus piezas de narrativa traducidas a nuestra lengua. Fue así como tuve acceso a una novela breve escrita entre 1819 y 1829, pero cuyo manuscrito permaneció varado durante casi ciento treinta años. Hablamos de la trágica novela de corte intimista Mathilda, una narración que recrea la estética genuina de la tradición romántica y que resulta, además, un claro reflejo autobiográfico de la siempre fascinante Mary Shelley.

Mathilda, de Mary W. Shelley. Cátedra, Madrid, 2018. 246 páginas

Una vez culminada la aventura en Villa Diodati junto a Percy Shelley, Lord Byron y John W. Polidori, y tras el éxito inesperado de su primera novela, Mary Shelley se embarcó en la redacción de Mathilda, la trágica historia de una joven que padece el drama de un amor incestuoso por parte de su padre. Huérfana de madre tras el parto, Mathilda crece alejada de su progenitor, ya que este no puede soportar tener ante sus ojos a la criatura que ha provocado la pérdida de aquello que más que quería. La muchacha se cría, entonces, con una tía, convirtiéndose en una joven bella y virtuosa. Al cumplir dieciséis años se reencuentra con su padre, pero este desarrolla una obsesión malsana por ella, sobre todo cuando Mathilda comienza a manifestar sentimientos amorosos hacia un joven de la localidad. El padre adopta una actitud hostil y agria hacia la muchacha, derivando este comportamiento en una convivencia casi imposible de sobrellevar. Finalmente, y durante un encuentro cargado de tensión emocional, el padre confiesa su pecado y sus deseos prohibidos hacia la hija. Esto provoca una ruptura irreversible entre ambos. El padre, comprendiendo que la única manera de paliar sus deseos incestuosos consiste en poner tierra de por medio, se marcha al exilio, donde poco después acaba con su vida. Así, la existencia de Mathilda queda signada por la culpa, el remordimiento y un dolor sin fin. Ni siquiera la tierna amistad y el reconfortante consuelo que le ofrece Woodville, un poeta local que también ha sufrido una lamentable pérdida, consiguen menguar la desolación de Mathilda. La muchacha, gravemente enferma, redacta una ardorosa confesión en su lecho de muerte, siendo su amigo Woodville el destinatario de dicho testimonio.

Mary W. Shelley (1797-1851)

Mathilda es, tanto en su concepción como en la morfología de su discurso, una novela de una modernidad arrolladora. Mary Shelley parece tomar algunos elementos de su biografía personal (la muerte de su madre tras su propio nacimiento, la idolatría exacerbada por su padre, William Godwin, y la aparición providencial y «salvadora» del poeta Percy Bysshe Shelley) para confeccionar un relato de profundo calado emocional que, además, cuestiona sin ambages la estructura de valores de su época. Contemplando el incesto como una perversión moral, la autora se plantea numerosos dilemas concernientes a las relaciones paternofiliales. Lo hace, además, a través de una prosa impecable que apela siempre a la sublimación del sentimiento, permaneciendo fiel a los preceptos estéticos del Romanticismo, tan en boga por aquellos años.

Mary Shelley elabora en esta novela un intrigante juego de espejos entre los personajes y los seres a quienes más quiso en su vida: Mathilda, la narradora, es sin duda su propio reflejo; el padre de la protagonista resulta ser un trasunto de su propio padre, el reputado filósofo anarquista y librepensador William Godwin; mientras que el poeta Woodville, que ha perdido trágicamente a su prometida, aparece como una transcripción literaria del idealizado poeta Percy Bysshe Shelley, quien moriría ahogado en el golfo de La Spezia en julio de 1822, cuando la novela que hoy nos ocupa no estaba aún terminada. De esta forma, es fácil concluir en que ningún otro texto de la autora de Frankenstein resulta tan autobiográfico como Mathilda.

Cuando Mary Shelley encaró la redacción de esta novela el género gótico daba sus últimos estertores. No faltaba mucho para que se publicara Melmoth, el errabundo (Charles R. Maturin, 1820), considerada el canto del cisne del género. Aun así, Mathilda posee una serie de descripciones paisajísticas que reviven la esencia más pura de la novela gótica, todas ellas firmemente arraigadas en el modelo estético del Romanticismo. Son notables las disecciones sensitivas que se hacen de los escenarios, jugando todo el tiempo con analogías que revelan los sentimientos de la narradora y la turbulencia emocional de la cual está impregnada la novela. Así, el relato se erige como un modelo latente del maridaje entre los elementos temáticos del gótico (muy próximos a agotarse) y los cada vez más vigentes modos estilísticos de la escuela romántica, por entonces en auge gracias a la lírica de poetas como William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, Lord Byron o John Keats. Mary Shelley ya había dado un paso importante hacia el horror victoriano con la redacción de Frankenstein, o el moderno Prometeo, una obra que casi dio el carpetazo definitivo a la novela gótica; con Mathilda, sin embargo, parece ofrecernos un homenaje final a un género que siempre le fue muy querido.

Cuentos góticos, de Mary W. Shelley. Valdemar, Madrid, 2015. 183 páginas.

Mathilda prevalece como una rara avis en la obra de Mary Shelley, ya que no incursiona en el género del horror gótico (como sí lo harían sus cuentos) ni en el moderno «horror cientificista», como Frankenstein. Entre la profusión de libros sobre viajes y biografías de personajes célebres que escribió tras enviudar, sobrevivía en la sombra este fascinante manuscrito inédito que, por los motivos más azarosos, no se publicaría hasta 1959, más de cien años después de la muerte de su autora. Una novela notable por su modernidad y por la extraordinaria valentía de Mary Shelley para incursionar en un tema tan espinoso (y a la vez tan caro al clasicismo) como el incesto, un testimonio del talento literario de esa joven fascinante y audaz a quien, tantos años después, seguimos venerando.

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